Le llevó cuarenta años a Adam Clark escribir su comentario de la Biblia. Noé Webster dedicó treinta años para compilar su diccionario del inglés, incluyendo dos viajes a Inglaterra para reunir material. Juan Milton, que escribió El paraíso perdido, se levantaba a las cuatro cada madrugada para trabajar. Edward Gibbon pasó veintiséis años escribiendo Declinación y Caída del Imperio Romano. Nadie puede perseverar de esa manera si no disfruta por completo de su trabajo.
Cuando consideramos el trabajo como un llamamiento, y como cumplir el propósito Dios para nuestra vida, deja de ser esfuerzo y se convierte en obra de amor.
Le habla David Jeremiah animándole a que tome el camino a una vida nueva. Descubra la manera en que Dios ve su trabajo . . . en su Minuto en la Biblia.