En la antigüedad, una ciudad sin murallas era como una invitación para que los enemigos entren. Cuando los cautivos judíos volvieron de Babilonia a Jerusalén, lo primero que hicieron fue reconstruir las murallas. Trabajando noche y día, Nehemías dirigió a los obreros a completar la muralla asombrosamente en cincuenta y dos días.
Proverbios veintiséis, veintiocho dice que hay un equivalente espiritual a la muralla de la ciudad que protegerá a la persona toda la vida, y esa muralla es el dominio propio. Una persona sin dominio propio es como una ciudad sin muralla, haciéndose vulnerable a toda clase de ataques peligrosos.
Le habla David Jeremiah animándole a que tome el camino a una vida nueva. Descubra cómo el Espíritu de Dios produce dominio propio . . . en Su Minuto de la Biblia.